Regalar o autorregalarse una minisesión fotográfica siempre es buena idea. Y si es en un marco tan increíble como estos campos de lavanda, ¡más especial aún! Quedará un recuerdo precioso para siempre...
No hace falta ir hasta la Provenza francesa para hacer estas minisesiones. A pocos kilómetros de Madrid encontramos campos enteros teñidos de lila que nos regalan la escenografía perfecta para estas fotografías tan veraniegas.
El año pasado tuvieron tal éxito que este verano he tenido que hacerlas durante dos fines de semana seguidos. He disfrutado como una enana sacando la esencia y la belleza de cada familia. Os iré avanzando más sesiones en los próximos días.
Los protagonistas de hoy quizá os suenen. Hace poco hice una sesión fotográfica infantil al pequeño Pablo con su mamá.
Ahora Pablo está a punto de cumplir un añito y sigue igual de guapo ¡o más! Su hermana Julia es un terremoto de enorme corazón y ojos color mar que enamoran. Beatriz, la mamá, es la mujer de la eterna sonrisa y una mirada que habla por sí sola. El papá era más reticente a hacerse fotos pero lo acabamos convenciendo (¡al final no se me resiste ni uno! jeje)
Y así pasamos la tarde, embriagados por el relajante aroma del espliego, en pleno contacto con la naturaleza y desconectados de todo (¡allí no hay ni cobertura!)
Ya sabéis que me gusta cuidar hasta el mínimo detalle en las fotos. Siempre llevo a mis sesiones el atrezo adecuado y os asesoro sobre la ropa que podéis traer. Beatriz hizo muy bien los deberes y trajo dos modelitos para cada uno: uno más informal, más campestre... y otro más arregladito. No sé cuál os gustará más porque yo no sabría por cuál decidirme. ¡Están tan guapos! Aquí os dejo con ellos.
Una pena que el aroma de la lavanda no pueda llegaros a través de la pantalla... ¡Mmmmm!